«Mamá, quiero estudiar educación parvularia«- Dije hace más de 10 años con una determinación envidiable. Llevaba tres años estudiando otra carrera y por fin había tomado la decisión de abandonarla y dedicarme a algo que me gustaba más y que le encontraba más sentido social. Sentía que tenía la posibilidad de cambiar cosas y eso me emocionaba muchísimo.
Creo no haber sido la única con esta sensación. Recuerdo el primer día de clases; 8:30am, sala completa, curso Educación Musical. La profesora pregunta «¿por qué están aquí?» y da la palabra, una por una, para ir explicando nuestras razones para haber decidido estudiar educación infantil. «Siempre he querido ser educadora«- decía una – «desde que jugaba a la profesora con mis hermanos«. «Me encantan los niños«,»Creo que es emocionante ser educadora de niños y niñas pequeños y poder ver cómo crecen y ayudarlos a aprender» – decían muchas otras. La ilusión de poder intervenir en la vida de personas de manera positiva era evidente en las respuestas.
Elisa Spakowsky, formadora de educadoras argentinas, ha investigado este tema con sus propias estudiantes. Con otras colegas se ha dedicado a analizar las biografías y las expectativas personales de las alumnas y sus conclusiones son parecidas: Muchas de las estudiantes se remiten a sus recuerdos de infancia y argumentan que quieren lograr «hacer felices»a los niños y poder comprenderlos. Las experiencias infantiles pueden ser positivas o negativas, pero en la mayoría de los casos tienen un impacto importante en las decisiones. Por ejemplo: «como yo fui feliz, entonces…» o «A mí me costó mucho entonces…».
La autora comenta que sus estudiantes también desean tener las herramientas para producir cambios en el espacio escolar, pero considera que sus visiones son más bien ingenuas, ya que las alumnas creen que estos cambios se producirán de forma casi mágica, con una idea de los niños y sus familias como seres libres y neutros, casi flotando en el aire.
Ahora entiendo que la visión que tenía cuando comencé a estudiar era tambien bastante ingenua, y veo que fue transformándose poco a poco con las prácticas y después con el trabajo en el aula. Ahí es cuando me dí cuenta que no tenemos una varita mágica, que hacer cambios es un proceso lento y que si bien puede tener un impacto positivo en la escuela y en las familias, las personas no son neutras y sus vidas están condicionadas también por la realidades de las que forman parte. Estos condicionamientos pueden ser sociales, culturales y/o económicos, los que producen desigualdades en las familias incluso desde antes que lleguen al jardín infantil o escuela y que no son nada simples de cambiar. Aunque cuando podemos hacer un cambio – incluso si es pequeñito – la satisfacción es muy grande.
«¡Quéeeee!??» – respondió mi mamá a mi afirmación «¡Pero con esa carrera vas a ganar tan poca plata!». Claramente no entendía mis razones y se oponía a mi decisión.
A muchas estudiantes de Elisa Spakowsky les sucedió lo mismo. Ellas reconocieron que al contar su decisión a sus familias recibieron muchas críticas, como por ejemplo «Es una carrera con tan poco prestigio«, «los sueldos son tan bajos«, «tendrás mucho desgaste físico y emocional«, «¿Qué vas a hacer cuando seas mayor y no puedas saltar ni correr?» o «¿Para qué vas a estudiar si para ser parvularia no necesitas estudiar«.
A pesar de las críticas, las alumnas en todos los casos se defendieron diciendo que para ellas la idea de ser educadoras les producía una satisfacción personal que no tenía que ver con el prestigio o el dinero, y que su opción era válida a pesar de que socialmente la carrera no sea tan bien reconocida.
Algunos familiares, sin embargo, apoyaron la opción de las estudiantes, argumentando que «Es una carrera corta y fácil que luego te da cierta estabilidad laboral«, «Si trabajas no dependes después de nadie«, «Estudia lo que quieras, lo importante es que seas alguien en esta vida» o «Eres muy dulce, comprensiva y paciente, asi que tienes condiciones para ser educadora«.
Claramente los comentarios tanto positivos como negativos de los familiares tienen que ver con ideas sobre ser educadora que están presentes en la sociedad y los prejuicios que existen en torno a la educación inicial. Por ejemplo que el empleo como docente es seguro y estable, que si estudiamos podremos trabajar y así accederemos a una vida independiente, que la docencia implica sueldos bajos o que para ser educadora es necesario ser dulce, paciente y jóven.
Todas cuando empezamos el camino de estudiar educación estamos tambien impregnadas de ideas y representaciones que con el tiempo, si vamos reflexionando, podemos comprenderlas, analizarlas y re-significarlos según nuestros contextos y las experiencias que vayamos viviendo.
¿Por qué decidiste estudiar educación infantil? ¿Cómo fue la reacción de tu familia y amigos cuando les contaste? ¿Han cambiado tus ideas iniciales? Cuéntanos en los comentarios!
Referencias:
Elisa Spakoksky (2006) «Formación docente y construcción de la identidad profesional». En el libro Experiencias y Reflexiones sobre la Educación Inicial: Una mirada Latinoamericana. Compilado por Ana Malajovich. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Comparto con lo que han mencionado, ya que esas eran las típicas respuestas que dábamos mis compañeras y yo cuando se nos preguntaba ¿por qué decidiste estudiar educación parvularia? Y bueno la experiencia hace que tu argumento cada vez cobre mas valor diciendo con mucho orgullo , yo elejí educar en la etapa inicial !!! . Y hoy con mi cuarto año ya de formación me siento con la responsabilidad de hacer cambiar de opinión a las personas que no saben y ni se imaginan lo que es trabajar con niños, crean en las personas conciencia de lo importante que es la educación inicial.
Genial! Concuerdo contigo en que la experiencia hace nuestros argumentos más sólidos y nos damos cuenta que crear conciencia en las demás personas sobre la importancia de nuestra profesión es nuestra responsabilidad. Saludos!!