Sabemos que en caso de emergencia en un avión es recomendable que los adultos que viajan se pongan sus propias máscaras de oxígeno antes de ayudar a otros a su cargo. Así mismo, sabemos que los adultos que trabajan con niños y niñas pequeños – quienes normalmente se desempeñan en contextos complejos y estresantes – pueden apoyar de mejor manera a sus estudiantes si ellos mismos se sienten tranquilos y en control de sus propias emociones.
Un estudio realizado en Estados Unidos por Elizabeth King y colegas (2015) examinó las relaciones entre las condiciones laborales de las educadoras de párvulos y las conductas y aprendizajes emocionales de los niños a su cargo. Los resultados sugieren que la tranquilidad económica y el bienestar de las educadoras está asociado estrechamente con el positivo desarrollo emocional de los niños en la clase. Específicamente, los niños a cargo de educadoras que pueden pagar por sus gastos básicos muestran más conductas emocionales positivas (reir, pasarlo bien, ser amables con sus compañeros, etc.) que aquellos cuyas educadoras viven bajo estrés financiero.
Otras investigaciones también han demostrado la relación entre el bienestar de los adultos y el de los niños a su cargo. Por ejemplo, Lower y Cassidy (2007) concluyeron que el clima de trabajo de las educadoras – que incluye las oportunidades de formación profesional, el apoyo de los directivos y el sistema de recompensas laborales – está relacionado directamente con la calidad de las interacciones entre adultos y niños y las oportunidades para el desarrollo del lenguaje.
¿Por qué sucede esto?
La estabilidad económica disminuye el estrés de las educadoras, como también aporta en la mejor percepción del valor que se tiene el propio trabajo. Estos factores afectan las prácticas profesionales y la habilidad de promover climas emocionales más constructivos en la sala de clases.
Las interacciones entre las educadoras y los niños son recíprocas, es decir, las acciones de las educadoras desencadenan emociones y comportamientos en los niños, los que a su vez producen determinadas respuestas en las educadoras. Si éstas últimas conocen y están en paz con sus propias emociones, responderán a los niños de manera calmada y reflexiva, produciendo un ciclo de relaciones y emociones positivas.
Ofrecer a las educadoras y agentes educativos la oportunidad de mejores condiciones laborales (incluyendo salario, vacaciones, oportunidades de formación profesional, etc.), ayuda a que ellas se mantengan informadas y focalizadas en sus acciones y objetivos educativos, sin tener que preocuparse por hacer malabares para mantener a su familia y llegar a fin de mes.
¿Qué implicancias tienen estos estudios?
Las políticas que buscan incrementar la calidad de la educación parvularia debieran, por tanto, considerar los resultados de estos estudios y buscar formas de aumentar la estabilidad económica o financiera de los adultos que están a cargo de niños pequeños (mejores sueldos y beneficios), no solamente porque esto reduciría el número de educadoras que renuncian a su trabajo (rotación laboral), sino porque mejoraría las experiencias emocionales en la sala y promovería relaciones positivas entre los niños.
Para que esto suceda, el elemento más importante es la confianza en las educadoras y agentes educativos como profesionales serias y comprometidas, capaces de entregar educación de calidad en un contexto que las apoye y se preocupe de sus condiciones laborales. ¿Qué estamos esperando para que esto suceda?